El deber, la obligación, lo que uno cree que es justo, lo que nos ha tocado, lo que vamos a hacer. Todo esto puede verse confrontado con la sonrisa de un niño, con el aroma de una mujer, con la vida de otras personas. Por ello, es necesario que cada una de nuestras decisiones nazca pura en su inocencia, nazca del convencimiento de realizarla. Se lleve por delante a quién se lleve. Quizás sea esa la única forma de cometer un acto atroz. Quizás la única forma de poder perdonarnos a nosotros mismos la miseria que nos envuelve.
Una lástima, pero cierto.
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