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SALINGER, nos vemos en el infierno.


Sabíamos que desde que publicó su imprescindible y gran obra El Guardian Entre el Centeno, Salinger sería inmortal. Porque sí, no hay nada que objetar. Si eres capaz de hacer que millones de jovenes, generación tras generación, sean capaces de identificarse con el nihilismo narcisista de Holden Caulfield hasta el punto de entender que no estás solo en el mundo, que es posible que tu visión de la sociedad sea compartida, al menos, por un personaje de ficción, que hay una visión del mundo mas allá de lo establecido y que no estás solo en tu pesimismo, te has ganado un lugar en la historia.

Salinger se ha ido sin hacer ruido, tal y como vivió. No hay más. Y no hay que lamentarse. Dejó de publicar hace casi cincuenta años (que no de escribir. Sus letras le valían para alimentar su alma que es para lo que deben de servir las palabras) por lo que la esperanza de que publicase algo nuevo hacía tiempo que la habíamos perdido. Solo nos queda la pena y el respeto hacía alguien que supo meterse en el pellejo de miles de jovenes gracias a una novela iniciática que, además de servir para alimentar el espíritu asesino y conspirador de algún que otro desgraciado (Hey Mr. Chapman!!), consiguió abrirle los ojos a muchos chavales que al leerla se dieron cuenta de que no estaban solos.

Salinger se ha ido. Está allí donde van los patos de Central Park en invierno.

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